domingo, 7 de marzo de 2010

EL MUNDO

Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijó que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana.
-El mundo es eso- reveló - un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todos los demás, no hay fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman pero otros arden con la vida con tantas ganas que no se pueden mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se ensiende.

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